Por la ventana
La suave luz del atardecer iluminaba la estancia. Tuvo la sensación que habían estado allí sentados desde siempre. La vieja y pequeña mesa camilla debajo de la ventana. Las faldillas bajo el paño tejido a mano. Uno sentado frente al otro. La conversación fluía pausadamente, solo entrecortada por los chasquidos de la leña que, al arder, templaba la habitación.
Lo miraba hablar. Sus sienes cada vez más visibles lo delataban entre el gris y el blanco. Su mirada, como de costumbre tranquila, y a la vez tranquilizadora. Sus ojos más claros que antes. Sus relatos siempre enriquecedores. Sorprendentes. Una mezcla de rocío temprano y calidez.
Lo miraba hablar. Sus sienes cada vez más visibles lo delataban entre el gris y el blanco. Su mirada, como de costumbre tranquila, y a la vez tranquilizadora. Sus ojos más claros que antes. Sus relatos siempre enriquecedores. Sorprendentes. Una mezcla de rocío temprano y calidez.
No, no habían estado allí sentado desde siempre. Él ya no era un niño, ni aquel que frente a él se sentaba un hombre de mediana edad; los papeles comenzaban a intercambiarse. Lo escuchaba hablar. Miró por la ventana y vio los almendros en flor...
