Dos de Siete

La luz del amanecer besó su mejilla suavemente, casi imperceptiblemente, y una sonrisa se dibujó en su rostro. Abrió sus sentidos. Y el nuevo día la saludó agitando tibiamente su cabello, que descuidadamente caía sobre la almohada. El aroma a café recién hecho invadió su cuarto, y su mente. Casi podía saborearlo. Cerró los ojos y, lánguidamente, dormitó mientras la alcanzaban las tenues voces de conversaciones quizá lejanas, quizá cercanas... Esperaba la llegada, entre risas, de su pequeña, derramando el desayuno sobre la tambaleante bandeja de flores, recuerdo de mamá...

No sabía cuando tiempo había transcurrido cuando decidió que era hora de darle una oportunidad a un nuevo día, al primer día del resto de su vida...

Se incorporó, y sus piernas desnudas sintieron la punzante salutación del frío. Un estremecimiento recorrió su espalda. Aturdida, somnolienta aún, se puso en pie y el fino y verde camisón anudado a su espalada se deslizó por sus piernas. Silencio. Caminó dos pasos. Se miró al espejo. Sintió, subiendo, la hiel en su garganta. Tapó su boca con la palma de su mano. La pulsera rasgó la fina piel de su pómulo. La invadió el frío, el terror. Se giró hacia la estancia, buscando el frío, descolorido rostro que se reflejaba en aquel pequeño espejo...

¿Dónde estaba su hermoso cuarto? ¿Por qué no podía escuchar las risas de su princesa? ¿Qué había sido de su futuro prometedor? ¿Su familia? ¿Su vida triunfadora?... Temblaba, como la presa que presiente la cercanía de la cazador... y agazapada en un rincón comprendió que la pesadilla no había terminado. Había vuelto a comenzar con la luz del día.

No se daría por vencida, porque NADIE TENDRÍA NI SERÍA MÁS QUE ELLA ...

... olvidando que eso es lo que la había llevado allí ...